Hoy he decidido por fin publicar
un artículo que escribí hace siete años que, por desgracia, está de actualidad. Os lo iré desgranando en varias entradas, es un poco extenso.
Toda la información que aparece
aquí surge de una entrevista personal realizada a Emiliano. No tengo certeza de
dónde se encuentra en estos momentos, si sigue viviendo en el albergue como
hace siete años, si está en una residencia, si vive en algún cálido hogar o
simplemente si ha fallecido. Lamento no poder ilustrarlo con alguna fotografía
de este entrañable señor, pero no quiso en ningún momento ser fotografiado.
Con semblante tranquilo y alegre,
aspecto cuidado y aseado, y una extraordinaria cultura, educación y memoria,
Emiliano ha abierto su corazón para contarnos algo tan íntimo, tan personal,
como su vida. Hijo único, de familia acomodada, con su padre ingeniero de
caminos, este señor, Emiliano, ingeniero técnico delineante, dio con sus huesos
literalmente en la calle. Ha sufrido una concatenación de hechos traumáticos
que, unidos a la falta de una fuerte malla de relaciones afectivas, le han llevado
a vivir experiencias, que como él mismo afirma “No voy a decirle que soy un santo y que todo el mundo me molesta, pero
me han hecho cada trastada, que ya quisiera ver a otros en mi pellejo a ver qué
es lo que habrían hecho”.
Él vivía tranquilo, en una amplia
casa de la calle Reina Victoria (Madrid), como cualquier joven al que la vida
le sonríe; trabajaba en el Instituto Cartográfico Nacional. Tenía una vida
idílica, y en un periodo de poco más de un año y medio fallecieron sus padres.
Cuando estaba recuperándose del revés, falleció la que iba a ser su mujer. Y
cuando parecía que no le podía pasar nada más, le desahuciaron por engaños y
deudas heredadas, en el año 1979.
Le llegaron a ofrecer, entre
varias personas bien conocidas por él, del trabajo y vecinas, el convertir su
casa en un centro de mapas, cuando la realidad era que querían montar una casa
de citas. Él se negó y continuaron las desgracias.
Empezó a dormir en pensiones
gracias al dinero que tenía ahorrado, pero cuando se saca dinero y no se
repone, se acaba.
Comenzó su andadura por las
calles. Dormía por Cuatro Caminos, Ríos Rosas…, nunca enfrente del Instituto
Cartográfico, e iba a trabajar normalmente, hasta que se enteraron de que no
tenía un hogar e iba de calle en calle. “El
director del Instituto –afirmaba Emiliano- el señor Don Rodolfo Núñez de las
Cuevas, íntimo amigo del señor Moscoso, me encerró en su despacho para que
firmara mi renuncia al trabajo, y si no, me despedía por desobediencia en su
propio despacho”. Emiliano no firmó y acabó en la calle en 1982, sin casa,
sin familia, sin trabajo, sin dinero. ¿Quién es capaz de no hundirse ante
semejantes problemas?
Trabajó durante dos años para una
empresa de ascensores, intentando salir delante de aquella terrible situación,
pero los escalones cada vez eran más altos y no tuvo fuerzas. Ha estado 25 años
viviendo en la calle, en Reina Victoria, frente a la que fue su casa, con sus
carritos y sus perros. Recuerda con una entrañable sonrisa a sus 23 perros.
Gracias a ellos llegaba a ganar 7.000 pesetas al día, sin tener que preocuparse
de nada. La policía se escandalizaba ante la situación, pero como él afirmaba
entonces “Yo no robo nada, ni maltrato ni
drogo a los animales”.
Le intentaron asesinar dos veces
y otra envenenarle. “Soy una persona de 70 años y no es que haya visto películas
de miedo, pero el 26 de marzo de 1998, estaba en la plaza de San Cayetano, con
mis entonces siete perros. Alguien nos dejó comida, para mí una sopa castellana
y unos huevos rellenos con mayonesa y tomate, todo muy bueno. Al rato tuve unos
vómitos horribles y me quedé dormido con mis perros, pero a las tres de la
madrugada me veo despertado por la policía municipal, la policía nacional y el
servicio municipal de recogida de animales muertos. Se acercó un médico de la Paz que venía de trabajar, y
llamó a un amigo veterinario para ver si podían hacerle la autopsia a mis
perros. Mis perros, la única compañía que tenía, si hubieran vomitado… Se las
hicieron en la facultad de veterinaria, allí me confirmaron que habían sido
envenenados, y que quien lo había hecho sabía lo que hacía”.
Continuará...
Es triste y penosa la vida de Emiliano, contada por ti es genial. Sigue escribiendo te lo dije éste verano y te lo vuelvo a decir,
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