domingo, 17 de febrero de 2013

Emiliano, el hombre sin fuego ni hogar (II)


Es cierto que 25 años en la calle dan para mucho. Son los años menos de esperanza de vida que tiene una persona sin hogar. A Emiliano le han intentado matar también con cuchillos, escopetas de aire comprimido, y bromas de mal gusto no le faltan en su haber. Hay fechas que no quiere recordar, como aquella en la que se despertó en medio de la noche y vio un coche fúnebre y un ataúd en el cual pretendían llevárselo. Les habían dado mal el aviso a los empleados de la funeraria. Había un muerto. Pero estaba en la calle Quevedo, no en Reina Victoria.

También le han ocurrido otras cosas extrañas relacionadas con su presunta muerte, como el día que le dieron por fallecido. Un día inscribieron su nombre en el depósito judicial. Cuando la policía, que le conocía bien, le vio, afirmaron que él estaba allí con ellos, pero que su cuerpo estaba en el velatorio número cinco. Allí acudieron, levantaron la tapa y era L.S. que cuatro días antes le llevó comida a sus perros y le había comentado que se iba a morir por la cirrosis que tenía.

Emiliano es una persona que siempre ha estado muy bien informada. Lee los periódicos a diario, pero es como si en su vida hubiera habido una estación muerta en la que ha permanecido 25 años. Ha vivido la historia de España por la prensa, pero no en primera persona.

En la actualidad vive en un albergue y por el momento es feliz así. Los primeros cuatro meses dormía en el suelo, a pesar de tener una cama. Si hay personas que extrañan su cama cuando van de viaje, qué no pasaría por la cabeza de Emiliano cuando se vio en una cama después de 25 años durmiendo en el suelo. Luego le pusieron una tabla bajo el colchón y parece que se ha ido acostumbrando. Emiliano ha ido dando pequeños pasos como el albergue, unas gafas para poder ver bien, conseguir que le concedan la pensión que le correspondía por el tiempo trabajado. Está consiguiendo a sus 70 años, el cuatro de octubre cumple 71, entrar en un proceso sorprendente que si hubiera tenido la posibilidad de entrar en él hace ya casi 30 años, cuando se quedó sin familia y sin hogar, hoy no estaría contando su historia, sino la de otra persona.

“Yo tengo –dice Emiliano- una chifladura personal. Soy partidario de recordar los ratos malos, no los buenos, y así puedes decir, menos mal que han pasado. Y también estoy cabreado y disgustado por algo. Ahora mi estado es estupendo porque estoy aquí. Estoy en un albergue y voy a seguir así, y desde hace tres días, no voy a decir que soy millonario, pero sí medio millonario (le han ingresado una mínima pensión después de tanto tiempo, y trasmite una felicidad tan sencilla, tan limpia, que es difícil no alegrarte por él). Pero no hay que perder la cabeza y no he querido tocarlo. Procuro seguir siendo el mismo, e incluso olvidar y decir que a los 70 años se vale todavía algo para trabajar. Con un carrito, un mono, un casco, pero con mis años no admiten a nadie; la gente se va de vacaciones y a mí no me importa hacer alguna suplencia. Ha cambiado tanto todo. Hace 40 años la gente en el metro y en los viajes hablaba, a lo mejor no les habías visto en tu vida, ni les ibas a volver a ver, pero existía esa cortesía”. Me despido de él y de su compañero húngaro, no sin antes ponerle un poco la grabación que tan encarecidamente me había pedido, porque quería escuchar su voz, como si lo pidiera un niño que tiene un deseo.

La realidad de Emiliano es la realidad de muchas personas que se encuentran sin hogar. Que duermen en la calle o en albergues; que comen lo que les da la gente o lo que reciben en los comedores, que viven como excluidos en una sociedad en la que no nacen como tales, sino que se hacen. Es muy importante la detección de las personas en riesgo de estar sin hogar e intervenir de manera preventiva y, en su defecto, ofrecer la atención básica y la integración. La iniciativa social cumple un papel primordial en la gestión de medidas o servicios concretos, pero es deber de la Administración Central asegurar la coordinación y evitar la dispersión de medidas para que los derechos estén garantizados. Para ello lo primero que hay que conseguir son datos y estadísticas que estén más ajustadas a la realidad, poder arbitrar fórmulas para garantizar la dignidad y la intimidad de todas las personas sin hogar. Con planes personalizados y acompañamiento cercano. Todo ello acompañado del refuerzo presupuestario correspondiente, para que se cumpla la Ley de Bases de Régimen Local de 1985, que en su articulado contempla que ‘la administración Pública tiene que crear recursos sociales de promoción y reinserción social que ayuden a las personas sin hogar’.

Continuará…

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