Se me cansan los oídos de escuchar a unos y a otros que queremos la igualdad. Yo me siento muy orgullosa de ser mujer y no por eso quiero ser igual que un hombre. Lo que sí quiero es que tengamos las mismas oportunidades, los mismos derechos, las mismas obligaciones y un sinfín de cosas. Pero si partimos de la base de que esa ‘igualdad’ que se está buscando, y los medios que se están empleando, se basan en principios y hechos que nos hacen diferentes, nunca alcanzaremos esa ansiada igualdad. Es evidente que hay cosas en las que, por mucho que queramos todos, nunca vamos a ser iguales, pero hay otras muchas en las que sí que podemos, sólo hace falta un poco de voluntad.
¿Qué igualdad es la que queremos? Nosotras tenemos un día internacional, ahora Día de la Mujer, antes Día de la Mujer Trabajadora, ¿acaso los hombres también tienen un día de celebración como nosotras?
En la actualidad, el lugar que ocupan los movimientos feministas dista mucho de lo que queremos las mujeres. Estos movimientos son en su mayoría contrarios a la definición misma de feminismo “doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres”. Si esa defensa que desde algunos lugares se hace no cambia y sigue buscando la primacía de la mujer sobre el hombre, seguirá como hasta ahora perjudicándonos.
Los gobiernos de las naciones, que se consideran defensores de estos derechos, son los primeros que no hacen nada por conseguir esa igualdad, y voy a citar un par de ejemplos.
El primero sería el tema de las pensiones de viudedad. Inicialmente se muestran nuestros gobernantes preocupados por nosotras, pero en los hechos, el trabajo que se realiza en los hogares y con los hijos no está reconocido por ninguno de ellos. No estoy pidiendo un sueldo para todos aquellos, hombres y mujeres, que realizamos estas “labores domésticas” en nuestras casas mientras nuestra pareja trabaja fuera de ella. Lo que estoy pidiendo es que las pensiones sean iguales, esté o no viva la persona que traía dinero a casa. Que se reconozca por ley que la unidad familiar es la unidad familiar, en lo bueno y en lo malo. No hay nada más triste que ver cómo malviven nuestros mayores y no mayores cuando se quedan viudos, cuando no sólo pierden a su cónyuge, sino que también pierden sus ingresos y pasan a percibir una pensión de viudedad que, señores míos, es una cutrez.

Cuando digo que no quiero que se me discrimine, es que no quiero que se me discrimine ni positiva ni negativamente. Existen otras dos cuestiones, que cansan, aburren, y que considero sirven única y exclusivamente para que nos sintamos inferiores. Una de ellas es la que trata la paridad como fin último, lo importante es que el candidato sea el que mejor se ajuste a lo que se busca. Sea para lo que fuere elegido, debe ser por su preparación, por su valía, no porque sea de uno u otro sexo.
La otra cuestión me incita a pensar en algunos momentos, que las mujeres, algunas mujeres están ancladas en un estado continuo de gilipollez (RAE: dicho o hecho propios de un gilipollas). La obcecación que sienten estas mujeres por marcar las diferencias entre lo femenino y lo masculino, trasladando estas diferencias sexuales a las semánticas de nuestro lenguaje, que no tienen tales atributos, no hacen sino abrir más la brecha que existe entre nosotros. Luchar contra el sexismo en el uso de la lengua no consiste en destrozarla en nombre de la igualdad y la justicia, ignorando las reglas más elementales que rigen nuestra lengua. Jóvenes y jóvenas, miembros y miembras, periodistas y periodistos, policías y policíos, ahora las palabras también tienen cromosomas, como reflejan en innumerables manuales.
Ésta es en resumidas cuentas la realidad que nos está tocando vivir, espero que no sea contagioso, y que si realmente queremos igualdad, luchemos por lo que realmente importa y hagamos las cosas sin discriminar a nadie y sin decir paridas.